Ella me invitaba a jugar en su tiempo, y cuando me atrapaba en su trance, bailaba con mis demonios y les enseñaba canciones nuevas que les cantaba con su pelo.
Ella emborrachaba mis fantasmas con su risa, hasta que ellos también sonreían con las cosquillas dulces de su sonrisa.
Ella era un remolino de vida, un huracán de deseo, una tormenta de sueños blancos en la oscuridad de mis sueños.
Ella abrazaba mi tristeza con uno de esos abrazos que no mienten, algo así como la verdad que vivía en sus ojos y rebalsaba su boca cuando clamaba mi nombre.
Ella era toda verdad, verdad pura, y esa es la pura verdad.
-Brando. Cartas al tiempo.
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