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martes, 29 de enero de 2013

EMOCIONES

Las emociones, tanto las positivas como las negativas, cumplen un papel evolutivo, es decir, existen porque sirven para ayudarnos a sobrevivir en un entorno complejo.

El miedo permite huir o mantenerse inmóvil ante determinados peligros. La ira nos da fuerzas para reaccionar y defender nuestro entorno y a nuestros seres queridos. La tristeza es una brújula muy útil: fomenta la introspección, que nos permite detectar cuándo algo va mal para intentar remediarlo.
En este sentido las emociones negativas también cumplen una función positiva en nuestras vidas si aprendemos a descifrarlas.
Algunas personas desconfían del carácter instintivo de las emociones y las reprimen porque temen sufrir o incluso perder el control de sus vidas. Pero intentar vivir y pensar al margen de ellas es una falacia: no sólo nos limita sino que las emociones reprimidas pasan al inconsciente y son mucho más incontrolables desde esa parte de nuestra mente.
Existen personas que tienen una lesión cerebral que les impide sentir determinadas emociones negativas, como, por ejemplo, el miedo. Estas personas son un peligro para sí mismas y para los demás porque no son capaces de reaccionar adecuadamente ante determinadas situaciones de peligro. Necesitamos estar dotados de los reflejos emocionales que nos permiten detectar, reaccionar y escapar de situaciones potencialmente peligrosas. El problema surge cuando, a través del estrés y de los patrones emocionales negativos, las emociones negativas llegan a condicionar nuestras vidas en un sentido destructivo.
Y es que no sólo las situaciones objetivamente peligrosas nos estresan. El simple recuerdo negativo e inconsciente de un afecto, situación o lugar puede contaminar nuevas vivencias, aunque éstas en principio no tengan por qué presentar los mismos peligros. Este miedo a volver a sufrir genera un estrés que nos afecta, fisiológica y psíquicamente, como si nos estuviese ocurriendo lo que en realidad sólo tememos. De hecho los expertos aseguran que el estrés causado por los sentimientos de abandono, de ser apartado, olvidado o despreciado, de la falta de amor y de seguridad, hacen estragos peores que el de muchos accidentes traumáticos.

Conocer nuestras emociones nos ayuda, pues, a controlar nuestras ansiedades, no sólo aquellas de tipo patológico —como es el caso del estrés postraumático— sino las numerosas asociaciones negativas que arrastramos de forma inconsciente, fuente de tantos problemas y desajustes psicológicos que lastran nuestra vida diaria.
Los patrones emocionales negativos echan raíces en nuestra psique debido al conjunto de eventos y experiencias con los que aprendimos a lo largo de la vida. Pueden ser costumbres, acciones y palabras sutiles, repetidas a lo largo de muchos años, que erosionan lentamente nuestra autoestima y conforman creencias profundas acerca de nosotros mismos y de los demás.


 

Brújula para navegantes emocionales. Elsa Punset

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