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martes, 22 de mayo de 2012

EL RUMBO CORRECTO (Bucay)

¿Cómo se sabe cuál es el rumbo correcto? ¿Uno va por la calle, y un día un rayo le cae y lo ilumina? No, de ninguna manera. Se trata de una decisión personal que debe tomar cada uno. Por ello, nadie nos puede decir con qué seremos felices. Es mentira que podamos enseñar a nuestros hijos qué tienen que hacer para ser felices. Como mucho, podremos contarles qué hicimos nosotros, cómo nos fue bien y mal. 
A todos nos ha sucedido, en algún momento de nuestra vida, que nos hemos sentido mal y hemos dicho que no nos sentíamos bien o que no éramos felices. Entonces alguien se nos acercó y respondió: "¿Tú no eres feliz? ¿Con todo lo que tienes, no eres feliz? ¿Cómo puede ser eso? Si yo tuviera la mitad de lo que tú tienes, sería muy feliz". Esa persona no entiende que, en realidad, ella sería muy feliz con esa mitad. Ahora bien, posiblemente cada uno sea único, indivisible e irrepetible, y posiblemente cada uno haya encontrado sus propias respuestas.
Para encontrarlas, por supuesto, hace falta dar el primer paso, que es conocerse. Es irremediable, si queremos ser felices, empezar por el principio, que es dedicar algún tiempo a prestar atención a saber quién soy, a mirarme de verdad y lo menos subjetivamente que pueda. Esto significa dos cosas. Por un lado, mirarme a mí mismo; por el otro, aprender a escuchar lo que los otros dicen –y ven– de mí

Tomemos un ejemplo sencillo. Para cualquiera de los que nos conocen no demasiado cercanamente es muy difícil reconocernos por otra cosa que no sea nuestra cara. Sin embargo, sucede una cosa tan extraña y tan misteriosa como que nadie ha visto su cara directamente, sino que para ello siempre ha necesitado un espejo, una fotografía o un dibujo. Siempre ha necesitado algo que le devuelva su imagen para poder verla. Sin embargo, estoy hablando de aquello que nos define y dice quiénes somos; paradójicamente, a pesar de que otra persona y yo nos estemos mirando, ella tiene más capacidad de verme a mí que la que tengo yo, y lo mismo sucede con los aspectos psicológicos que determinan quién soy yo. Aquellos aspectos psicológicos, espirituales o mentales de la identidad que hacen que cada uno sea como es no siempre están abiertos a la mirada propia. 


A veces somos ciegos a esas cosas; y la única posibilidad que tenemos para verlas es la mirada del otro (que es el espejo). Ahora bien, si nunca escucho al otro porque no quiero escuchar lo que dice o no me importa su opinión o en realidad me creo superior; o porque exclusivamente me interesa escuchar a la gente que me dice cosas buenas; o porque no me interesa la objetiva mirada de mis amigos o de mis seres queridos, entonces habrá algunas cosas que nunca sabré. Por eso, si de verdad quiero enterarme de quién soy, saber de mí y conocerme, tendría que empezar por sintonizar mis oídos y escuchar a los demás, con el fin de escuchar de verdad lo que otros dicen de mí.

Si pudiéramos hacer esto, empezaríamos a conocer algunos aspectos nuestros todavía desconocidos. Así, si cualquiera se planta frente a mí y me dice: "Bucay, eres un idiota", yo de verdad me preguntaría: "¿Soy un idiota yo?". Esto hace que uno se conozca, si bien hay que tener cuidado y desde el principio no responder, cuando el otro nos dice que somos idiotas, lo siguiente: "El idiota eres tú". Es decir, hace falta que yo vea un pedacito de esto en mí. Un amigo me ilustró esta idea hace muchos años diciendo que, cuando alguien señala a otro con el dedo, mientras su índice acusa a la otra persona, los otros tres dedos se dirigen al acusador.

Ahora bien, debemos saber todas esas cosas no sólo estáticamente, sino también para después construir con ellas lo que sigue, que es aceptarse. Aceptarse no quiere decir resignarse, dar algo por hecho y dejarlo en ese lugar, sino tomar conciencia del punto de partida de las cosas. ¿Cómo puede una persona dejar de estar gorda si primeramente no acepta que lo está? Aceptarse es perder la urgencia y el enojo porque las cosas son como son. Aceptarse es no enojarse con la realidad. Si me enojo, no construyo. Quien está enojado está irritado como los ojos cuando les entra arenilla. Es decir, la persona enojada está tensa y contesta destempladamente; y, además, esa "basurilla en el ojo" le impide ver con claridad. 

Por tanto, la persona que acepta está en condiciones de hacer lo necesario para empezar a cambiar. Paradójicamente, aceptar es poder empezar a cambiar; y no aceptar es quedarse con la idea de que, aunque algo no puede ser, tampoco hay por dónde empezar a cambiar. Quien de verdad quiere crecer y desarrollarse, debe aceptar la realidad tal como es.
El camino de las lágrimas
Jorge Bucay

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